martes, 30 de noviembre de 2010

Artículo de opinión sobre la pobreza

La búsqueda incesante de alimentos ha moldeado la historia del ser humano, provocando guerras, originando migraciones y acompañando el progreso de las naciones. Al tiempo que los países comenzaban a descubrirse unos a otros, se establecieron intercambios comerciales con los lugares más recónditos, que tuvieron un impacto fundamental en lo que la gente comía: el maíz, originario de México, es ahora un alimento básico en gran parte de África oriental y meridional; los tomates de los Andes son hoy un ingrediente fundamental en la cocina mediterránea; el trigo de Oriente Medio es un cultivo predominante en Norteamérica y el arroz, originario de Asia, se produce ya en todo el mundo. Lo mismo sucede con el café o la tilapia, procedentes de África, mientras que la mayor parte de las vacas, ovejas y cerdos que se crían en América Latina llegaron a este continente desde Europa y Asia.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha presenciado la más rápida y profunda transformación en la historia de los sistemas de producción y distribución de alimentos. Mientras que todavía hay grupos tribales que sobreviven de la caza en algunas regiones selváticas, hay lugares en los que una sola persona, mediante el uso de la más moderna tecnología, es capaz de cultivar cientos de hectáreas de cereales de alto rendimiento para proporcionar alimentos a miles de familias que viven en el otro extremo del planeta.
Hace sesenta años, un 16 de octubre, recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se fundó tanto por el deseo de paz como por el de liberar al mundo del hambre, dos metas interdependientes, según se refleja en las palabras de sus padres fundadores: "La paz es esencial si se quiere avanzar para liberarse de la miseria".
Hoy en día, con la persistencia del hambre ­ 852 millones de personas sufren todavía de subnutrición crónica ­ y con el incremento de las emergencias alimentarias, se hace más necesario que nunca contar con un foro mundial donde se pueda alcanzar el consenso sobre los aspectos internacionales de la seguridad alimentaria, como son la producción, la inocuidad, el comercio y el consumo de alimentos.
Durante los años de vida de la FAO, la población del planeta casi se ha triplicado, hasta sobrepasar los 6 000 millones de habitantes. Gracias a los esfuerzos de millones de campesinos, la inventiva de los científicos y los avances en la industria, el comercio y las comunicaciones, producimos hoy comida más que suficiente para alimentar a todo el mundo. El consumo medio diario de alimentos por persona se ha incrementado el 23 por ciento desde 1945. Se trata de un hito destacable que desafía a aquellos que profetizaban el desastre.
Sin embargo, y a pesar de estos logros, el mundo no se ha liberado todavía del hambre. El hecho de que cientos de millones de seres humanos estén condenados a vivir desde su nacimiento sin comida suficiente es una afrenta al más elemental de los derechos humanos, el derecho de todo individuo a una alimentación adecuada. Otro hecho, que la obesidad figure ahora entre los principales factores de riesgo para la salud a nivel mundial, es un triste reflejo de la incapacidad de la sociedad para usar los alimentos con el máximo provecho para el ser humano.
Es un desafío al sentido común que los países inviertan cada año cerca de 975 000 millones de dólares en gastos militares y se gasten apenas 80 000 millones en ayudas para reducir el hambre y la pobreza, a su vez origen de conflictos.
Mientras celebramos el 60º aniversario de la Organización, desde la FAO reafirmamos nuestra creencia que, en interés de la paz, es posible un mundo libre del hambre y la pobreza. Pero se trata de una meta que ni la Organización ni los gobiernos pueden alcanzar trabajando en solitario. Por ello, urgimos a todos aquellos que comparten el compromiso de acabar con el hambre a que cooperen con la Alianza Internacional* contra el Hambre, adhiriéndose a las alianzas nacionales u otras iniciativas a nivel local para transformar este objetivo compartido en acciones concretas.
La FAO ha luchado durante las últimas seis décadas por elevar los niveles de nutrición, aumentar la productividad agrícola y promover el desarrollo de las zonas rurales, donde vive el 70 por ciento de la población mundial pobre. La organización proporciona asistencia técnica a los países miembros para ayudarles a producir los alimentos que necesitan, recopilar y difundir información sobre la agricultura, la pesca y la silvicultura y establecer normas y acuerdos internacionales sobre la producción y el intercambio equitativo de productos agropecuarios.
La amenaza que suponen enfermedades como la gripe aviar y sus potenciales efectos catastróficos demuestran la necesidad de la cooperación internacional en el campo de las epizootias. La globalización del comercio de productos agrícolas impone el establecimiento de normas sobre la calidad e inocuidad de los alimentos, como las contenidas en el Codex Alimentarius, que promueve la FAO. Igualmente, para garantizar la conservación para las futuras generaciones de un patrimonio de vital importancia para la humanidad hemos creado el Tratado sobre los Recursos Filogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, que entró en vigor el pasado año.
Además, el creciente número de emergencias humanitarias confirma la necesidad de coordinar la respuesta de la comunidad internacional ante los devastadores efectos de huracanes, inundaciones, terremotos o tsunamis. En los países afectados siempre es prioritario rehabilitar una producción agrícola que pueda volver a generar empleo e ingresos.
¿Sigue siendo tan importante la agricultura hoy en día como siempre lo ha sido? Las estadísticas de la FAO revelan que en los albores del nuevo milenio 2 570 millones de personas dependen de la agricultura, la caza, la pesca o la silvicultura para su subsistencia, incluidas las que se dedican activamente a esas tareas y sus familiares a cargo sin trabajo. Representan el 42 por ciento de la humanidad. La agricultura impulsa la economía de la mayoría de los países en desarrollo. En los países industrializados, tan sólo las exportaciones agrícolas ascendieron aproximadamente a 290 000 millones de dólares EE.UU. en 2001. Históricamente, muy pocos países han experimentado un rápido crecimiento económico y una reducción de la pobreza que no hayan estado precedidos o acompañados del crecimiento agrícola.
En las estadísticas comerciales que considera la agricultura únicamente como una actividad económica. La agricultura como forma de vida, patrimonio, identidad cultural y pacto ancestral con la naturaleza, no tiene un valor monetario. Entre las contribuciones no monetarias de la agricultura cabe citar el hábitat y el paisaje, la conservación del suelo, la ordenación de las cuencas hidrográficas, la retención de carbono y la conservación de la biodiversidad. El agroturismo cuenta con numerosos adeptos en muchos países desarrollados y en desarrollo, ahora que los habitantes de la ciudad buscan una escapada pacífica y demuestran un interés nuevo en los lugares de donde proceden sus alimentos.
Pero quizás la aportación más significativa de la agricultura sea que, para más de 850 millones de personas subnutridas, la mayoría de ellas en las zonas rurales, constituye el único medio para salir del hambre. En Africa, el continente más castigado por la pobreza y la desnutrición, cerca del 70 por ciento de la población depende aún de la agricultura. Aquí la sequía, las plagas y las enfermedades animales y la falta de infraestructura rurales son factores en el origen de la inseguridad alimentaria. A ellos se añaden otros, como los conflictos armados y epidemias como el VIH/SIDA y la malaria que crea un éxodo imparable de miles de africanos que tratan de alcanzar a cualquier precio una vida mejor en los países industrializados.
En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, celebrada en Roma en 1996, y después en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, celebrada en 2002, los dirigentes mundiales se comprometieron a reducir a la mitad el número de personas hambrientas para el año 2015. Al suscribir los "Objetivos de desarrollo del milenio de las Naciones Unidas", los dirigentes se comprometieron a reducir la pobreza extrema y el hambre a la mitad para el año 2015 y a garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
Por desgracia no hemos progresado lo suficiente, al ritmo actual, y según las últimas estimaciones, tan solo se alcanzará esa meta en el año 2150. No existe voluntad política suficiente, con la consiguiente falta de movilización de recursos, para acabar con el hambre. La persistencia de este flagelo en un mundo en el que abundan los recursos es un hecho inaceptable.
Muchas iniciativas internacionales y redes de la sociedad civil, como la Alianza Internacional contra el Hambre, sirven de foro para que personas de diferentes culturas se reúnan y busquen juntos una solución. La campaña TeleFood de la FAO sensibiliza acerca del hambre mediante manifestaciones culturales y sirven para recaudar fondos destinados a los países en desarrollo.
El Día Mundial de la Alimentación -el 16 de octubre, aniversario de la fundación de la FAO en 1945-, brinda una oportunidad a escala local, nacional e internacional para impulsar el diálogo y aumentar la solidaridad hacia los millones de seres humanos que se ven privados desde su nacimiento a uno de sus derechos humanos básicos: el derecho a contar con alimentos suficientes.



Este artículo nos informa de la pobreza, falta de alimento y enfermedades que se desarrollan en el mundo. También informa sobre la ayuda que ha proporcionado la FAO  a este problema. Por ejemplo: En 2002, los dirigentes mundiales se comprometieron a reducir a la mitad el número de personas hambrientas para el año 2015.

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